Don Francisco, ese rostro tan querido por generaciones, hizo una parada muy especial en el corazón de La Pequeña Habana: el Parque del Dominó de la Calle 8. Aunque confesó que no sabe jugar muy bien, lo que realmente fue a buscar no fueron fichas, sino historias, afecto y ese calor humano que tanto define a nuestra comunidad.
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Rodeado de una “familia de la vida” —camioneros, carpinteros, meseras y hasta una artista de dibujos animados— compartió una tarde entrañable que se sintió más como un abrazo a las raíces que como una simple visita. En sus palabras, el dominó ahí no es solo un juego, es una tradición viva que une, que conversa, que recuerda.
Verlo tan cercano, tan relajado entre la gente, fue un recordatorio de que la grandeza no siempre está en los escenarios, sino en los momentos sencillos. Porque hay lugares donde el alma se siente en casa, y para Don Francisco, ese rincón cubano en Miami fue exactamente eso. 🎲❤️🇨🇺
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